Me duele ver correr el mar dentro de las venas de este mundo que se adolece por las cosas sin sentido. Han de tener ceguera los hombres ¡qué cosa! yo que aún pensaba en la fe y la vocación como cosas posibles para una tierra mojada en sangre y en el sudor de niños que se han levantado esta mañana a remover el maíz. Somos el malestar, la guerra que cruje, la indiferencia ante la vida. ¡NO! no soy yo a quien conviene hablar de lo vital, pero me topo contra la inestabilidad de vivir y me es casi irreversible no enfermarme de este mundo.
Allá afuera, hay gente con la boca llena de mierda, jeringas de hospitales infectadas del cáncer que se reproduce en un nuevo parto, gente cojeando sobre la superficie de lo inmediato, del amor vertical, de las cosas ya, no tan importantes.
¡Malditas sean las épocas del tiempo! donde todo se todo se desmorona.
Maldigo a mi país y a sus hipócritas intenciones, a quienes escriben en casa y no versan el mundo, a los silenciosos, a los que no gritan en la cara de esos que están más arriba del renglón. Maldigo a todo aquel que se ha quejado inconstantemente, al que no se ensucia la cara de mugre y le huyen a la palabra revolución.